No se trata de mí, sino de Él
El fruto existe solo si hubo primeramente una siembra.
«Yo planté la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero fue Dios quien la hizo crecer. No importa quién planta o quién riega; lo importante es que Dios hace crecer la semilla. El que planta y el que riega trabajan en conjunto con el mismo propósito…» 1 Corintios 3:6-8 NTV
Hace unos meses empecé un proceso con el Señor para cambiarme de trabajo. Sentía que ya era momento de avanzar a una nueva etapa profesional, pero tomar la decisión de irme creaba fuertes conflictos en mi, ya que tenía algunos meses de estar brindándole apoyo a un compañero que estaba atravesando procesos personales intensos.
Tenía cierta impotencia porque no me sentía capaz de ayudarle. En mi mente esta era mi prueba de fuego y el no ver frutos para mi era un indicador de que había fracasado en mi intento de hacer discípulos.
Una noche estaba, finalmente, pensando en aceptar una oferta de trabajo, pero mi conflicto interno no me daba paz para tomar la decisión, y llegaron estas palabras a mi corazón: “en ocasiones te toca sembrar, en otras te toca regar y en otra participas de la cosecha, en esta ocasión solo te toco sembrar y ya es tiempo de avanzar”. Estas palabras golpearon mi corazón porque no fue hasta este momento que descubrí que mi frustración no tenía que ver con el problema de mi amigo sino con mi conflicto interno para entender que Discipular no tiene que ver con disfrutar de los resultados sino con ejecutar tu parte en las las vidas que llegan a tu camino.
Es probable que la frustración por no ver los frutos, nos llenen de temor y nos hagan pensar que no sabemos o no fuimos llamados a discipular. Por eso es importante mantenernos cerca de la voz de Dios, porque es con ella que entendemos que no somos más que instrumentos de Cristo; que hace mucho debimos dejar de ser nosotros para que sea Él quien traiga el fruto en su tiempo.
Tal vez hoy sientes temor por no ves frutos en aquella personas que por años has Discipulado, pero recuerda que nunca habrá un fruto si no hay primero una siembra y un cuidado.
Pidamos al Espíritu Santo que quite de nuestra mente y corazón el miedo al fracaso en el discipulado y más bien pidamos por discernimiento para comprender nuestro papel en las vidas que Dios está poniendo a nuestro alrededor.
Me permites orar por ti? Señor, ruego por la vida que hoy ha leído estas palabras, te pido que traigas convicción a su Espíritu sobre el llamado que has hecho de hacer discípulos en todo lugar donde vayamos. Te pido que quites el miedo al fracaso, el temor, la angustia o frustración por no ver los frutos y si está teniendo la dicha de ver frutos, trae a su corazón humildad para reconocer que todas las cosas vienen de ti. Amén.
Autora: Keila Alabarca