En mis temores, usa mi vida, Señor
Hace poco ví una breve entrevista por TV a un famoso dibujante en nuestro país. En realidad la mini-entrevista formaba parte del programa, ya que durante el mismo, el entrevistado debía ilustrar un cuento para niños mientras éste se leía voz en off. Como en este caso, el relato era de miedo, una de las preguntas fue si cuando niño tuvo miedo. Como era de esperarse la respuesta fue afirmativa. ¿Qué niño no tiene o tuvo miedo? ¡Lo tenemos los adultos, miren si no va a sentir miedo un niño! Pero el dibujante decía que cuando tenía temor de algo, intentaba dibujarlo. Cuando lo veía plasmado en el papel y dibujado por él, como que ya no le tenía tanto miedo… Una manera un tanto particular para un niño de enfrentar sus temores… pero ¡absolutamente válida!
Unas cuantas veces he hecho mención de mi problema para viajar en los medios de transporte. Lo he descrito como “síndrome vertiginoso”, “mareos”, etc. hasta que finalmente lo pude discernir e identificar como “fobia”.
Mis intensos diálogos con Dios a la mañana muy temprano, han ido trayendo una idea tras otra, vivencias, momentos… inclusive algún recuerdo de mi infancia, y no grato precisamente. Pero es que el dolor por la misma puerta por donde entró es por donde tiene que salir. Nos guste o no, así es como estamos hechos. No nos ha sido provista otra alternativa a los seres humanos. Una niñez llena de temores, la pobreza al límite con la indigencia, aliada con una endeble y precaria salud me mantuvo marginado de muchas cosas que hacen los niños y lleno de privaciones, temores y frustraciones. Hasta tal punto que a los dieciocho años de edad, quien esto escribe ya no tenía proyectos de vida ni encontraba sentido en continuar viviendo. ¡Bendito Jesús que te presentaste en mi vida en un momento tan oportuno!
Si hay un denominador común en numerosas escenas de mi vida, es el miedo. Desde muy pequeñito comencé a percibir inconcientemente las reiteradas y frecuentes ausencias de mi padre. Esto, aunque en ese entonces no lo podía identificar ni discernir con esta claridad, unido a otras situaciones que no vale la pena describir aquí, me generaba angustia, temor, soledad, un poderoso y terrible sentimiento de vulnerabilidad, inseguridad y desprotección. En pocas palabras vivía con miedo todo el día y cada día. Le tenía miedo a todo y a todos; a Dios mismo, inclusive. El nombre de Dios asociado al Juicio Final, recuerdo que por mucho tiempo, muy lejos de infundirme aliento y seguridad, me aterrorizaba.
El temor, sutil y lentamente, se fue enquistando en el alma y haciéndose parte de mi vida. Todavía resuenan en mi mente los ecos de alguien muy querido y cercano a mí diciéndome numerosas veces: “no vas a poder”. Esto unido a ciertos eventos tristes y frustrantes y a mi propia incapacidad de enfrentar situaciones que vinieron a mi vida “para quedarse” sin que pudiera hacer absolutamente nada. Si la vida es un viaje, hoy cuando viajo, resulta ser la más clara de las evidencias de que literalmente ya no puedo hacer absolutamente nada para tener el control de la situación. Es entonces, y ante la incertidumbre de lo desconocido, cuando los fantasmas de la angustia, el temor, los sentimientos de vulnerabilidad, inseguridad y desprotección que inundaban mi alma de niñito se hacen presentes nuevamente. Hoy puedo discernirlos con absoluta claridad. Son exactamente los mismos.
Había una estudiante que cuando rendía examen con cierto profesor siempre fracasaba a pesar de haber preparado la materia con excelencia y durante meses. Hasta que un día, descubrió cuál era el problema. Ese profesor, aunque físicamente no se parecía en nada, tenía en realidad características de su personalidad muy parecidas a las de un profesor de su niñez que literalmente le hizo la vida imposible. Ella ya había olvidado a ese maestro, pero su mente inconciente aún conservaba vívidos en el recuerdo aquellos terribles momentos de su niñez. Este otro, aunque no tenia nada contra ella, sus rasgos de personalidad comunes al de su niñez le traían al presente los mismos temores y sentimientos de frustración y fracaso.
Y es que así funciona nuestra mente. Así funcionan temores y frustraciones enterradas en lo profundo de la mente inconciente. La respuesta emocional es la misma. “Fobia” se denomina a un temor sin precisar exactamente a qué. “Apasionada o enconada aversión hacia algo. Temor angustioso y obsesionante” la describe el diccionario de la RAE.
El dibujante del principio de esta historia, cuando a algo le tenía miedo, lo dibujaba y eso le ayudaba a comenzar a perderle el temor. Quien esto escribe no es dibujante. Es escritor. Con el poder de las oraciones de unos cuantos hermanos en diversas partes del mundo, lograr discernir la punta de una intrincada madeja que durante años se fue entretejiendo en mi vida y poner estas cosas en el papel, también ha sido de bendición para quien esto escribe.
Pero hay algo aún mejor: mis intensos diálogos interiores con mi Dios durante las mañanas muy temprano, me ayudan a discernir y plasmar cosas como éstas en la certeza de que desnudar el alma es de bendición para otros.
Y es que, “USA MI VIDA”, le he dicho a Dios.
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
(2 Corintios 12:9 RV60)