La libertad se encuentra en Cristo
Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:36).
Esta es una promesa y una condición. Jesús promete libertad y esa libertad está condicionada a Él mismo. Es decir, sólo hay verdadera libertad en Jesús. El creyente es realmente libre, que es el significado de verdaderamente en el versículo. Quiere decir que la libertad que Cristo da es una libertad real, auténtica, genuina.
Miremos el texto: Primeramente la libertad es un asunto espiritual. Cristo vino para hacer libre a todo aquel que cree, abriéndonos para ello la puerta de la justificación. Los cerrojos de la cárcel donde estábamos sujetos a eterna condenación fueron desmenuzados, y las puertas de bronce quebrantadas para que nunca más puedan ser usadas contra nosotros (Sal 107:16). Cristo como fiador, mediador y sustituto, canceló la cuenta de nuestro pecado y “ya no hay condenación, para los que estamos en Él” (Rom 8:1). La libertad verdadera se convierte en disfrute diario. Cristo nos ha hecho libres del poder del pecado para que seamos santos y sin mancha delante de Él. La obra poderosa del Espíritu Santo que nos ha dado, hace posible la experiencia de libertad al quebrantar las cadenas esclavizadoras del pecado y darnos las fuerzas necesarias para andar “por sendas de justicia, por amor de Su nombre” (Sal 23:3). Somos también realmente libres en esperanza. El que nos sacó de la esclavitud del pecado nos adoptó, para hacernos hijos de Dios y herederos con Él de la gloria eterna. De ciudadanos de perdición nos ha dado la ciudadanía de los cielos a quienes éramos extranjeros y advenedizos (Efe 2:12), haciéndonos sentar con el Señor en los lugares celestiales (Efe 2:6).
Pero, la libertad, tiene una experiencia cotidiana. Jesús nos hace realmente libres hoy. En medio de los conflictos y de las pruebas que vienen por causa de la fidelidad en un mundo infiel, la libertad nos hace superar aun las prisiones terrenales, de modo que el creyente puede estar en la cárcel por su fe pero es libre. Las ataduras de la tristeza son cambiadas por la admirable dimensión del gozo de Cristo en nosotros. La ausencia de los nuestros que partieron para estar con Cristo, produce lágrimas, pero no son como las de aquellos que no tienen esperanza. En general las aflicciones de la vida, propias del mundo, que inquietan a los hombres, producen en nosotros un eterno peso de gloria. Jesús nos dice: “en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).
Finalmente la verdadera libertad traspasa los límites de la vida y se proyecta gloriosa a la eternidad. Alma mía, mira la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Serás libre de toda tristeza, porque allí “no hay lágrimas”; libre de toda separación, porque allí “no hay muerte”; libre de toda angustia vital, porque allí “no hay llanto”; libre de las injusticias, porque allí “no hay clamor”; libre de la enfermedad, porque allí “no hay dolor” (Ap 21:4). La aflicción temporal que me oprime dará paso a la admirable libertad que Jesús compró para mí. Pero, la clave para experimentarla es la comunión con Cristo, porque solo cuando el Hijo liberta, soy verdaderamente libre.
Samuel Pérez Millos – Ministerio Pastoral Aliento