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Devocional

Cicatrices

Cicatrices

Haces unos días atrás, leí una novela cuyo protagonista era un joven que sufrió un terrible accidente con un alambre de púas.  Este accidente dejo marcado todo su cuerpo con cicatrices profundas y visibles que causaban una gran repulsión a los ojos de terceros.  Su madre era la única que lo miraba sin asombro, pero para él esto no era suficiente y siempre pensaba que nadie lo quería, lo cual lo llevo a ocultarse de la vista de los demás para evitar las miradas curiosas de lástima, compasión y horror, pues sabia que no era agradable a los demás.

A veces pienso que muchos de nosotros tenemos esas mismas cicatrices que aunque no son visibles a los ojos externos, nos marcan, duelen e hieren, haciéndonos pensar que no somos dignos del amor de nadie, pues esas cicatrices son el constante recordatorio de que algo en nosotros no esta bien, causándonos un gran dolor por no poder agradar a los que nos rodean.  Es parte de la naturaleza humana querer agradar a los demás, es muy importante ser aceptados por otros, no solo en el aspecto físico, sino también en el emocional,  y cuan difícil debió haber sido para este joven lleno de cicatrices grotescas, poder agradar visualmente a quienes lo rodeaban.

Así mismo, nosotros aunque no tenemos cicatrices visibles, igual queremos esa constante aprobación de los demás, y en muchas ocasiones por buscar esa aprobación nos convertimos en quienes no somos, sin saber o recordar que hay uno solo que nos ama tal y como somos, pues somos su hechura.  La madre del joven siempre le recordaba que buscara el amor de Dios pues era el único amor que lo llenaría plenamente y no viera en los hombres aquello que le faltaba.

Cuando llegamos a los pies de Cristo y descubrimos que por SU amor fuimos salvos,  nos damos cuenta de que es ÉL, el único al que tenemos que agradar y que Dios no necesita que nuestra apariencia física sea perfecta para ello. Dios toma nuestras cicatrices y las transforma. El joven de la historia tuvo que sufrir mucho hasta que logro aceptarse así mismo a través del amor y el servicio a Dios.  Bien decía Pablo en Gálatas 1:10 “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.”

Piénsenlo, a quien queremos agradar?