“Él no cometió pecado ni jamás engañó a nadie». Cuando insultaban a Cristo, Él no respondía con insultos, y cuando sufría no respondía con amenazas. Él dejó todo en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia. En la Cruz, Cristo cargó nuestros pecados en su propio cuerpo para apartarnos de ellos y para que vivamos como le agrada a Dios; por las heridas que él sufrió, ustedes fueron sanados. Ustedes eran como ovejas perdidas, pero ahora han regresado al Pastor y Protector de sus vidas.”
1 Pedro 2:22-25 PDT
¿Cuántas veces no hemos discutido por alguna cosa que nos ofende?
¿Cuántas veces no hemos pensado mal de otros cuando somos confrontados o simplemente cuando una autoridad nos da una instrucción que no nos agrada?
Creo que todos debemos levantar la mano, todos de alguna forma u otra hemos levantado nuestra voz o nuestros pensamientos para reclamar justicia o simplemente porque nos sentimos confrontados.
Si hay algo que me llama poderosamente la atención del pasaje con el que iniciamos fue la actitud de Jesús, quien teniendo autoridad no abrió su boca ante la injusticia, ante su dolor, ante su sufrimiento no levantó la voz, simplemente calló y ese silencio sublime debió cautivar a todo el cielo. Era el Dios del universo hecho carne, siendo maltratado, siendo insultado, siendo calumniado y a pesar de tener el poder y la autoridad, simplemente no abrió su boca por amor a todos nosotros.
A través de su silencio me amó. Su silencio es la declaración de amor más grande de todas, porque pudo defenderse y mostrar quien era, pero prefirió pagar el precio que tú y yo debimos pagar.
Él no fue obligado a pasar por esto, Él se entregó voluntariamente a este proceso. Su silencio me abrazo y me abraza tan fuerte que supera cualquier pecado, cualquier falta y cualquier error.
¿Cómo pudo soportarlo?
En su silencio, Jesús miró al Cristo resucitado en cada uno de nosotros, miro al Cristo formado en nosotros, no miro los insultos, miro los milagros que miles harían en su nombre, miro a los miles que serían libres de la muerte, miro a los miles que serían levantados de los escombros, miro a los niños siendo abrazados por sus brazos, no abrió su boca para que tú y yo pudiéramos hoy manifestarle. Y esa manifestación de Cristo en nosotros no es con tus fuerzas, es con la fuerza del amor que Él manifestó en la Cruz.
Cristo es la fuente de todo y murió en silencio para que a través de Él llegáramos a los pies de nuestro creador para que pudiéramos disfrutar del amor del Padre y así poder manifestarle a otros este amor.
Solo por un día piensa en todo el dolor que debió pasar para que tú y yo pudiéramos hoy disfrutar de la presencia de Dios, para que en sus fuerzas podamos manifestarle al mundo a Cristo.
En su silencio me amó y me sigue amando, porque no mira nuestros errores sino que espera ansiosamente que despertemos a su amor.
Recuerda hoy Jesús espera por ti, para que vuelvas a sus brazos de amor.
Autor: Jonathan Zapata